GOFRES DE CALABAZA

GOFRES DE CALABAZA.JPG¿Qué os parecen estos deliciosos gofres para el desayuno? Como se puede observar en la fotografía, presentan un precioso color anaranjado que es única y exclusivamente proporcionado por el ingrediente estrella de esta receta, la calabaza. Una vez más, en casa nos rendimos ante esta maravilla de la naturaleza y con ella creamos estos deliciosos y jugosos gofres de calabaza. Es estupendo levantarse por la mañana y poder disfrutar de semejante delicia, un desayuno natural, casero y saludable ¿Se puede pedir más?

Como se comenta en otras recetas del blog, la calabaza es una verdura muy versatil que puede utilizarse tanto en platos dulces como en preparaciones saladas. Es una hortaliza ideal para emplear en repostería, ya que su sabor es suave y dulzón y proporciona una jugosidad extra a las masas. En casa, la calabaza está presente como ingrediente principal o complementario en muchos de los menús diarios, ya que se trata de una verdura deliciosa y económica que aporta muchos beneficios para la salud y además, nos encanta su sabor.

Sabías que…

La calabaza es una hortaliza diurética, con un suave efecto laxante, y que protege la capa interna del estómago.

Las calabazas pueden encontrarse de formas muy variadas: esféricas y achatadas, ovaladas, alargadas en forma de botella… El color de la corteza puede ser anaranjado, amarillo, rojizo, verdoso o blanco. Su pulpa o carne, de consistencia dura y sabor azucarado, es generalmente de color anaranjado o amarillo y está repleta de semillas en su parte central.

La calabaza es una hortaliza que pertenece a la familia de las Cucurbitáceas. Esta familia comprende unas 850 especies de plantas casi siempre herbáceas, trepadoras o rastreras, que producen frutos generalmente grandes y protegidos por una corteza firme.

Esta hortaliza procede de la calabaza silvestre originaria de América Central, que fue cultivada durante siglos para aprovechar sus semillas más que para consumirla como tal. Con el tiempo se mejoró su cultivo y surgieron variedades con más pulpa y sabor afrutado. Desde América Central, su cultivo se extendió hacia el norte y el sur del continente, y en el siglo XV los conquistadores españoles la introdujeron en Europa, difundiendo su cultivo con gran rapidez. En la actualidad, se cultiva en terrenos cálidos y húmedos de todo el mundo.

El principal componente de la calabaza es el agua, seguida de hidratos de carbono. Proporciona una cantidad considerable de fibra, provitamina A, vitamina C, potasio y magnesio y en menor proporción folatos, calcio, hierro y zinc.

La calabaza ofrece una cantidad interesante de fibra que le aporta un ligero efecto laxante. Sin embargo, puede originar flatulencia por lo que habrá que probar cómo se tolera en caso de hinchazón y gases intestinales.

Su destacado aporte de betacarotenos (provitamina A), pigmentos que le confieren su característico color anaranjado, hacen que el consumo habitual de calabaza contribuya a prevenir el daño originado por los radicales libres, gracias al carácter antioxidante de estos colorantes naturales. Además, el organismo transforma la provitamina A en vitamina A a medida que éste la necesita. Esta vitamina es necesaria para evitar la disminución de la agudeza visual o trastornos de la visión de origen retiniano.

Todas las variedades de calabaza presentan un importante efecto diurético debido a su elevado contenido en agua y en potasio, y su escaso contenido en sodio. Por ello, su consumo resulta recomendable en caso de retención de líquidos, trastornos renales, cardiovasculares o hipertensión arterial.

La pulpa de la calabaza, por su riqueza en mucílagos, ejerce una acción emoliente (suavizante) y protectora de la mucosa del estómago. Por tanto, su consumo está indicado en caso de acidez de estómago, dispepsia (mala digestión), pirosis, gastritis o úlcera gastroduodenal en fase aguda.

Existen muchas variedades de calabaza, pero las consumidas principalmente por el género humano se clasifican en calabazas de verano y calabazas de invierno:

Las calabazas de verano tienen la piel muy fina, por lo que no es preciso pelarlas para su consumo. Sin embargo, debido a que su contenido en agua es muy elevado, se han de dejar secar o escurrir un poco para evitar que el plato al que se destinan quede aguado. En crudo, picada fina, sirve como ingrediente de ensaladas, bocadillos, entremeses, etc… Además, puede sustituir al pepino en cualquier receta.

En el caso de la calabaza de invierno, de piel gruesa, es preciso pelarla antes de cocinarla. También se eliminan las semillas y la parte central fibrosa para aprovechar únicamente su carne. Las variedades invierno son frecuentemente las más empleadas en repostería para la elaboración de galletas, flanes, pudines, pasteles, mermeladas y confituras.

En ambos casos la carne de la calabaza también se puede consumir cocinada como verdura, cocida, gratinada, aunque la carne es insípida, por lo que es frecuente y conveniente, condimentarla con diferentes hierbas aromáticas.

Dada la gran variedad de calabazas, éstas se pueden encontrar en los mercados durante todo el año. Se deben elegir los ejemplares firmes, con la piel intacta y sin cortes ni daños. Si se van a comprar calabazas de verano, es preferible elegir ejemplares de tamaño medio para que su sabor esté totalmente desarrollado y su carne aún no se haya vuelto amarga y fibrosa.

El tamaño de las calabazas de invierno suele ser grande, por lo que se suelen comercializar en porciones. En este caso, conviene elegir aquellas cuya carne no aparezca demasiado blanda en la zona externa. Una piel brillante puede indicar que aún está inmadura, y si su apariencia es algo áspera, se corre el riesgo de que esté demasiado madura, con lo que su carne tenderá a ser fibrosa. Es preferible que conserve el rabo o pedúnculo, ya que éste evita la pérdida de humedad.

Las calabazas de verano son más perecederas que las de invierno. Su piel fina no proporciona protección a la carne. Por tanto, se han de manipular con cuidado para evitar su deterioro. Se pueden conservar una semana en la nevera envueltas en una bolsa de plástico perforada. Si se congelan, previamente escaldadas, se conservan hasta un mes.

Las calabazas de invierno tienen una vida útil mayor, debido principalmente a su menor contenido en agua y a su piel, que supone una barrera protectora del fruto. Si se mantienen en buenas condiciones y en función de la variedad, se pueden conservar durante 6 meses.

Como norma general, se han de proteger estas hortalizas de focos de calor, frío y luz. No se han de conservar en el frigorífico los ejemplares enteros, aunque una vez cortados en porciones sí se requiere su refrigeración, preferentemente protegidas con un film de plástico. Cuando ya se ha cocinado, la calabaza se puede conservar en la nevera o en el congelador. Si se congela cruda, hay que tener en cuenta que su descongelación supone pérdidas de volumen y humedad.


sin acabar 1.JPGIngredientes:

  • 200 G Harina de trigo floja
  • 1 ½ Cdta Levadura química (Royal®)
  • ½ Cdta Bicarbonato sódico
  • ½ Cdta Sal
  • 2 Huevos (L)
  • 45 G Azúcar superfino
  • ⅛ Cdta Cremor tártaro
  • 240 Ml Buttermilk
  • 1 Cdta Extracto puro de vainilla
  • 125 G Puré de calabaza
  • Mantequilla sin sal, para engrasar

Elaboración:

En España no es nada habitual el uso del buttermilk, por lo que no siempre es fácil encontrarlo en el supermercado, aun así es muy fácil elaborar. Se puede obtener de dos formas diferentes.

  • Mezclar 15 ml de zumo de limón o de vinagre de vino blanco o sidra en 240 ml  de leche y dejar reposar durante un mínimo de quince minutos antes de utilizar.
  • Mezclar 160 ml de yogurt natural (desnatado) en 80 ml de leche y dejar reposar un mínimo de 15 minutos antes de utilizar.

Separar las yemas de huevo de las claras (reservar las yemas). Montar las claras con las varillas (preferiblemente eléctricas) a velocidad media y cuanto empiecen a espumar agregar el cremor tártaro y 30 g de azúcar. Aumentar la velocidad de las varillas y continuar batiendo hasta que adquieran una consistencia firme pero no seca, han de quedar suaves. Reservar.

Poner la harina en un cuenco grande junto a 15 g de azúcar, la levadura química, el bicarbonato sódico y la sal. Mezclar bien con unas varillas hasta combinar todos los ingredientes y reservar.

En otro cuenco grande, mezclar con las varillas las yemas de huevo, el buttermilk, el extracto de vainilla y el puré de calabaza. Hasta conseguir una textura cremosa y uniforme.

A continuación, agregar la mezcla anterior de ingredientes húmedos a la mezcla de ingredientes secos que teníamos reservada y, con ayuda de una espátula o lengua repostera mezclar lo justo, hasta que quede todo más o menos integrado.

Finalmente, incorporar las claras montadas con mucha suavidad y siempre realizando movimientos envolventes para evitar que la preparación pierda aire y volumen.

Una vez la mezcla esté lista, precalentar la gofrera según se indique en el libro de instrucciones del fabricante y engrasar a conciencia el interior de la misma con una pizca de mantequilla, ayudándose de un pincel de repostería (paso que deberá repetirse al inicio de cada tanda).

Cuando las placas de la gofrera estén bien calientes, verter aproximadamente entre 80 y 100 ml de masa en cada cavidad (depende de la forma y tamaño de la gofrera), cerrarla y dejar que los gofres se doren ligeramente en su interior (en este caso tardaron 3 minutos).

Es recomendable mantener la mezcla refrigerada entre tanda y tanda.

Una vez cocidos, sacarlos de la gofrera (recién hechos y en caliente, los gofres pueden resultar frágiles, por este motivo se recomienda retirarlos de las placas con cuidado y con la ayuda de una espátula plana). Después, disponerlos sobre una rejilla para evitar que se genere humedad en la base.gofres de calabaza 2.2.2.JPGServir los gofres aún calientes y en compañía de vuestro topping favorito. En este caso se sirvieron con una bola de helado y sirope natural de arce.

Los gofres que no se vayan a consumir de inmediato (periodo comprendido entre 1 o 2 días) conservarlos a temperatura ambiente bien cubiertos y resguardados del aire, en un lugar fresco y seco. Para devolverles la frescura original, simplemente colocarlos sobre una plancha precalentada, el grill del horno o la tostadora.

Los gofres que se vayan a consumir en un periodo superior al mencionado, se pueden congelar. Para ello, envolverlos individualmente en film transparente y posteriormente en papel de aluminio. Para consumirlos, descongelarlos en la nevera y realizar los mismos pasos que se indican en el párrafo anterior: calentarlos directamente sobre una plancha precalentada, en la tostadora o el grill del horno.

¡Bon appetit!

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